A HOSTIAS
Hay días que a uno le toca hacer de padre moderno. Cosas de la vida de hoy. Unos lo hacen porque quieren ser modernos, otros lo hacemos porque la modernidad nos da de lleno y tenemos que organizarnos, y el parque, en esos roles modernos, es un espacio interesante donde poder observar, mientras te aburres como una ostra, la forma de ser de esta sociedad de mierda en la que nos hemos metido solitos, dirán unos, o nos han metido, dirán otros.
En el parque uno puede ver a mecedores natos, a gatas viejas, al padre parado, al que no tiene más cojones que estar allí….un día me detendré más en esos roles, que definen claramente esta sociedad y la mierda de políticos que nos ha tocado sufrir.
El otro día allí encontré a un buen conocido, que se llama Dani. Su edad está en la que vivió el colegio en los 70. Enteros. Hasta los 14 en época de Franco y transición, y la conversación con él giró en torno a esos tiempos pasados que en mi pueblo van quedando atrás para bien o para mal.
Se crió en una calle donde la acera derecha según sentido de los coches y carros era de casas, y la izquierda eran ya huertos. Los pobladores eran producto nacional. Es más, producto casi autóctono al 100%. Ni papa de castellano, ni un puñetero apellido que no fuera ribereño, ni un puñetero comportamiento en ellos que pudiera considerarse extraño por los vecinos del resto del pueblo. No hablo de gente inmigrada ni de gitanos ni de colectivos que hoy en día relacionamos, por falta de memoria propia, con lo que voy a narrar.
Pues aquella calle era chunga, damas y caballeros. Al menos a ojos de las gentes de hoy. Niños todo el día en la calle exceptuando las horas que pasaban en el cole. Familias de más de 3 hijos, padres unidos por la gracia de Dios hasta la muerte, ya viniera de forma natural, a hostias del marido o a matarratas de la esposa. Los chicos se estratificaban por cuadrillas según rangos de edad y los mayores que aún no estaban por la labor pavuna de dejar de jugar en la calle tenían normalmente a un zagal de la cuadrilla de más pequeños como suyo, como alumno de fechorías.
“ Mi mayor era Paco el carcasa” – Comentaba Dani con alegre nostalgia. “Yo era el mayor de mis hermanos y no me protegía algún primo así que le caí en gracia a Paco”
¿Gracia? Sí, gracia. Pero esa gracia implicaba algo bueno y algo malo. Lo bueno era que los mayores rendían cuentas de abusos perpetrados con Dani a Paco, algo que al parecer podía ser peligroso. Lo malo era que Paco te apadrinaba las peleas con el resto de niños, y te empujaba a ellas. Y conociendo la vida que ha llevado Dani, y lo que me comentaba de Paco, entiendo perfectamente porque le cayó en gracia.
Peleaban todo el día. Entre amigos, contra los pequeños de las calles cercanas, territorio de otras cuadrillas, de otras familias, de otras relaciones. Peleaban contra los del pueblo cercano, contra el colegio vecino, contra todo quisque. Y eran duras, como atestigua la marca en las cejas que lleva Dani.
“Me la partió Pere el Camasoll a los 5 años, contra el bordillo”
¿5 años? Sí, empezaban pronto. Ya os podéis imaginar el asunto; Ruedo de mayores apadrinando a críos entre 5 y 8 años, críos de ese rango de edades observando, y dos zagales también de esas edades al pim pam pum, y el que llore, marica.
Eran otros tiempos, y otra España. Las hostias te llovían pronto. Las primeras, te las daba tu madre. Las segundas, tu padre. Las terceras, tus maestros. Las cuartas te llovían en la calle.
El ciclo era curioso.
Tu madre de buena mañana hacía frente a tres o más hermanos de edades bastante cercanas, hijos suyos, dispuestos a dar por saco para ir al colegio lo más ajustadamente posible de tiempo. El orden lo imponía a gritos…..y a tortas. La negociación y el hacer pensar se dejaban un poquito de lado.
El colegio era orden….a hostias. Allí no se peleaba. Ya tenías suficiente con lo que te llovía del maestro. Maestras habían pocas. Fueras malo o estuvieras por allí cerca cuando la fechoría se perpetrara, las hostias empezaban a caer. Y fechorías se hacían, a pesar del peligro de hostias. Aquellos chavales eran incorregibles. Podías apartarte de ellos y vivir la escuela en solitario. El maestro no te pegaba….pero entonces tu vida podía ser un infierno. Las hostias te lloverían en la calle, al volver a casa. O te endurecías o te endurecías. Si eras buen estudiante, eras buen estudiante, pero tenías que saber pelear, o aguantar y someterte; cobarde y mezquino.
Vuelta a casa podías lidiar con mayores de otras calles dispuestos a joderte el feliz momento del día que era salir de aquellas aulas, o tenías que hacer valer tu honor con el compañero que te había insultado, o había pretendido robarte el bocata, o cualquier chorrada.
Llegado a casa, tu madre no estaba para cuentos, y si tenías televisión, posiblemente en blanco y negro, no echaban nada interesante. Te ibas a la calle a jugar.
“Menuda forma de mierda que tienen estos niñatos de hoy en día de divertirse”- Comenta Dani un tanto despectivo.
La calle era tu vida. Tú y tus amigos, todos chicos (Las chicas temían acercarse), no teníais otra que inventároslas para pasar el rato hasta el grito materno asomándose por ventana, balcón o puerta, indicativo de que la comida estaba en la mesa y tocaba zamparse lo que te echaban o hasta la vuelta del cole por la tarde nada.
Se hacían cabañas, tan complejas como el material rapiñado saltando vallas de almacenes o la pericia de los constructores permitían, y allí se fumaba o se pajeaba la peña al son de revistas guarras o fantasías infantiles indescriptibles. Se jugaba a fútbol si había balón, y si no con un pote se arreglaban. Se robaban naranjas en temporada, se asaltaba el camión de refrescos que repartía a los 2 bares de la calle., se metían debajo del carro que pasaba. Y se peleaba. A piedras, a mano desnuda, a varas y a naranjazos.
Uno podía desear llegar a casa para comer. Pero la comida era plato único y si no te gustaba, callabas. Ser madre de 4 zagales era lo que tenía, las hacía prácticas, el mimo se dejaba un poquito de lado. Si el padre estaba en casa, sus hostias eran menos frecuentes que las de la madre, pero dolían más. De todas formas, el retraso suponía un puro fijo como mínimo, y platos para todos menos para ti, lo que podía ser una putada si tu madre había hecho comida a tu gusto. No había más que ir.
Después otra sesión de clases ordenadas bajo manto de hostias y más calle, más peleas, más hostias, más brechas en la cabeza, más acequias donde bañarse en gayumbos, más niños intrusos que apedrear, más partidos de futbol donde los “amistosos” solo eran entre los miembros de la cuadrilla, y los “serios” lo eran porque se acababa normalmente a hostias con los de calles adyacentes, más robos de cigarrillos a los padres, más pajas en la cabaña.
Dani es un buen hombre; de bien. Trabajador como un toro, casado, con hijos, duro, combativo, valiente, aguerrido, y muy alegre con los amigos. Noblote hasta la médula y muy considerado con las mujeres a las que trata como si de porcelana se tratase, o sencillamente, como reza el epitafio, “Feo, fuerte y formal”.
Me costa que su adolescencia siguió los cauces de una adolescencia normal de aquella época: Mucho curro, menos hostias pero más dolorosas y cachondeo a punta pala. Hablamos de los 80. Y se hizo un hombre hecho y derecho cuando tocaba, y como tocaba. La mili, la novia y esas cosas. Y ahí lo tenía yo, en frente de mí, vigilando a su hijo pequeño en el parque vallado, con cantos contorneados en los toboganes, con suelo de goma protector de caídas, con mecedoras preocupadísimas, y con niños dispuestos a demostrar que por mucha protección que haya, siempre hay algo por lo que vale la pena correr el riesgo de partirte la cara, la crisma o el alma.
Y por supuesto, Dani, a pesar de su nostalgia, a pesar de sus tiempos y a pesar de su dureza, observa preocupado a su hijo pequeño, está atento y no desea que se haga daño.
¿Qué nos pasó? ¿Qué nos cambió el chip? ¿El olvido de la vida real?¿El estomago agradecido generación tras generación borrando los comportamientos heredados de tiempos duros?¿El sentido común? ¿Manos de otro tipo mecieron las cunas de otra forma?
Vivimos en una constante protección. Nos dotamos y transferimos protección para todo. Evitamos castigar, evitamos cabrearnos y evitamos las hostias. Hemos pasado de dotar a los chavales de aguante y saber resarcirse del golpe a simplemente montar a su alrededor una burbuja alejada de la realidad.
Y la realidad está ahí, damas y caballeros. Por mucha cuna que mezan, por mucho abrazo que nos den nuestras madres, la realidad al final golpea, en forma de jefe cabrón, de despido con pack completo (despido, hipoteca, divorcio e hijos), de accidente de coche contra violento chulesco, y un largo etcétera de situaciones donde solo los recios las pasan. Y en estos momentos uno siente que ni son recios los que nos gobiernan, ni recia es la sociedad, ni recios los hijos que tenemos, ni ganas siquiera de que lo sean.
¿Quién decidió que prepararnos para los golpes de la vida era malo? Porque parece malo. Parece de mal gusto endurecer a tus hijos, formarlos en la dureza que pueda venir. Parece malo ya de por sí parecer duro y recio. Debemos ser blanditos, protectores, delicadillos, amantes de la paz y blablabla. Las niñas monas y los niños gilipollas. Pero. ¿Ha servido de algo?¿Ha sido mejor? ¿Para quién? Tenemos disparados los índices de violencia; mucho más mezquina y cobarde. La enseñanza se ha ido a tomar por saco, estamos en que la siguiente generación va a ser más pobre, hablamos peor, escribimos peor, nos tratamos peor, cada cual a lo suyo, queremos beneficio inmediato, no nos gusta sacrificarnos por algo, no queremos competir, no queremos destacar….hemos apostado por un modelo y nos hemos dejado los cojones por el camino…..¿para qué? ¿En beneficio de qué?
Eso de los cojones tiene su cosa, ¿saben? Alguien, posiblemente de los pocos que no supieron o no pudieron endurecerse como el resto de los niños de la calle y adaptarse al asunto, o posiblemente una de esas niñas que deseaba pasárselo tan de puta madre como los niños de la calle pero temía la contrapartida de peleas, riesgo y sangre, decidió que castrando a esos chavales todo iría mejor. De osos pardos y vacas de lidia, nos convirtieron en osos panda y borregas, y nos estamos yendo a tomar por culo.
Y lo peor y más preocupante no es que nos hundamos en una sociedad terriblemente decadente, sino que la propia sociedad aun viendo esa decadencia, la prefiere antes que volver a tiempos pasados. La historia de siempre, la implosión de siempre. El fin de siempre. Todos sabemos que la cosa se hunde pero lo preferimos antes que volver a ser lo que fuimos, pues es de “mal gusto”. Ya hemos quitado eso de los cojones bien puestos y la bisectriz bien grande, viva la castración viril y la esterilización femenina…..viva, sí, hasta que otro grupo de chavales criado en calles, acostumbrados a las hostias de la vida y con los cojones y útero intactos, sin complejos por ser lo que son y por tener los impulsos que tienen, en definitiva viriles y femeninas hasta la médula, manden a tomar por culo a base de hostias y partos, el relativismo, el esconderse detrás de las faldas maternas, la mezquindad, la obreprotección, la cuna, el empollón, la mecedora y el kit completo de toboganes con cantos rodados.
Vamos a echar de menos a los niños crecidos como antaño. A los feos, fuertes y formales. Me temo que, si queda alguno, preferirá estar en el bando de los cojones sin complejos.
Tiempos recios nos esperan. Los godos llaman a las puertas, pero nosotros preferimos seguir gordos, mezquinos, aniñatados y con nuestras bacanales happy flower. Roma, de nuevo, se hunde, y lo hará como siempre, a hostias.
Meciendocunas.
miércoles, 3 de junio de 2009
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No son los godos, son los sarracenos.
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